Antes de que mi hermana Sacnicté se suicidara, nunca me detuve a pensar en el lenguaje que utilizaba para referirme al suicidio. De hecho, nunca me detuve a pensar en el lenguaje que utilizaba. Punto. Lo cierto es que no solía caracterizarme por ser una persona amable y mucho menos, empática o comprensiva. No fue sino hasta que Sac murió y que yo entré en shock, que me sumergí en un profundo cuestionamiento sobre aquellas acciones o palabras que pudieron haber jugado un papel en su suicidio. Fue entonces que fui consciente del poco valor que le daba a la vida y por consecuencia, a las personas. Por tanto, ¿cómo me iba a preocupar yo del uso o mal uso de mis palabras, si sencillamente no tenía esa capacidad?
Conforme ha pasado el tiempo y he ido poco a poco reconstruyéndome a lo largo de este duelo tan difícil y duradero, me doy cuenta que hay algo dentro de mí que se retuerce cada vez que escucho la expresión: “cometió” suicidio. Quizá sería más fácil compartir con el amable lector, que en suicidología, no se dice “cometer” suicidio, sencillamente porque no estamos hablando ni de un crimen ni de un delito. Pero como familiar sobreviviente al suicidio de mi hermana menor, me gustaría compartir lo que sucede en mi interior, que seguramente se asemeja a lo que sucede en el interior de muchas otras personas que lamentablemente, hemos perdido a seres cercanos por esta causa.
Primero, hay que entender que el sistema judicial de México se ha visto fuertemente influido por las bases morales de la cultura judeocristiana, y consecuencia de ello ha sido que a lo largo de la historiografía mexicana, se hace referencia al suicidio, asociándolo a un crimen, contando con referentes que han abordado esta construcción desde las imágenes y representaciones en torno al delito y los delincuentes (Pablo Piccato, Elisa Speckman Guerra, Robert Huffington, por mencionar algunos). Son menores, sin embargo, las referencias propiamente judiciales -asentadas en la legislación o en procesos- sobre el suicidio. Y a pesar de que no siempre han existido leyes que lo castiguen, durante siglos sí que ha sido condenado por la religión.
A lo largo del siglo XIX, en México desapareció la consideración del suicidio como delito: en el código de Veracruz de 1948 figuraba entre los delitos contra las personas; con la Constitución de 1857 y el Código Penal del D.F. de 1871 (1885 para el estado de Jalisco), dejó de ser delito, pero seguía representando una “conducta delictiva” que debía recibir alguna sanción pública: “Cuando dicho conato [de suicidio] trascendía a la esfera pública e implicaba otras circunstancias delictuosas, la situación legal de quienes lo ejecutaban se veía agravada por un proceso judicial” (Isais Contreras, 2007a, p. 127). Isais Contreras señala: “…en la letra no existía un claro rompimiento con la legislación dieciochesca en cuanto al suicidio, ya que para el siglo XIX, y sobre todo en el conato, la mayoría de los juzgados mexicanos no sabían hasta dónde realmente calificar tales actos” (2007a, p.112). Este vaciamiento de la carga delictiva creemos que resulta un punto crucial en lo que podría denominarse como un proceso de secularización del suicidio.*
Afortunadamente, las leyes han cambiado, pero nuestro tabú, estigma, y el poco valor que le damos a la vida, no, pues a pesar de que en la actualidad el suicidio no es considerado una falta, delito o crimen que pueda imputarse en torno a las leyes, nuestra sociedad no deja de eximir su condena, asumiendo que se debe responder ante este hecho frente a los hombres tanto como frente a Dios. Quizá por ello, de alguna manera, se puede entender que prevalezca el uso de la palabra “cometer”.
Hoy en día, sabemos que aunque no es el caso de todas, 9 de cada 10 personas que se suicidan padecen alguna enfermedad mental que muchas veces, puede distorsionar nuestras ideas, producir una visión de túnel y hacernos creer que no hay otra salida. Mi hermana encontró en el suicidio su último recurso, la única manera de acabar con su intenso sufrimiento, desde la perspectiva de alguien que había sido previamente diagnosticada con depresión y trastorno límite de personalidad, y que además, tendía a abandonar los tratamientos. Pero eso no borra su humanismo ni su carisma, ni la dedicación y compromiso con el que se entregaba a los demás. Lo cierto es que a la fecha, no me siento avergonzada ni culpable de la manera en la que mi hermana Sacnicté murió. Por supuesto que cada célula de mi cuerpo desea intensamente haber podido hacer algo para ayudarla y que pudiera estar viva el día de hoy. Pero, ¿vergüenza? No. No es la emoción que me acompaña cuando pienso en mi hermana menor. Más bien, pienso en lo orgullosa que me siento de la persona que fue en vida -noble, sonriente, apasionada, brillante, decidida e irreverente-, una de esas personas que no puedes evitar voltear a ver cuando entraba a algún lugar, cuya luz te envolvía y robaba el aliento, que te contagiaba de alegría y motivación. Sí. Sacnicté era una persona valiente, mujer luchona, de ideales firmes. Que un día y en algún momento de tinieblas, olvidó su esencia y también el hecho de que todo lo que vivimos, es temporal.
Por tanto, el decir que alguien “cometió” suicidio, pudiese quizá, resultar ofensivo para algunos de nosotros, sobrevivientes, que desafortunadamente nos vemos en la desgracia de tener que lidiar con el señalamiento, prejuicio y discriminación de nuestro entorno. Al mismo tiempo, no es un término preciso, ni social ni jurídica ni científicamente. Por lo que humildemente te invito, amable lector, a considerar la manera en la que te refieres a la persona que en un momento de desesperación y desesperanza, muere por esta causa.
Al transformar nuestra manera de utilizar las palabras, adquirimos el poder también, de transformar nuestras acciones y la huella que éstas producen a nuestro alrededor. Nos convertimos en personas que más que generar malestar, incomodidad y violencia, sembramos respeto, empatía y esperanza para cualquiera que se cruce en nuestro camino. Si tienes miedo o no sabes cómo dirigirte a alguien que perdió a un ser querido por suicidio, cambia tu lenguaje, de tal manera que uses palabras amables y lo hagas sentir acompañado en su sentir. Quizá parezca algo pequeño, pero el impacto personal y político que esto tiene, puede desencadenar en una gran muestra de amor y un cálido abrazo al alma.
Si necesitas ayuda o conoces a alguien que necesita ayuda, escríbenos a salud@sakfundacion.org o contáctanos a través de la página Facebook: @Sakfundacion
* A. Piazzi. Aproximaciones historiográficas en torno al suicidio en Chile y México: Lectura desde la historia social de la justicia. Revista Electrónica del Instituto de Investigaciones Ambrosio L. Rioja, Número 17, 2016. Buenos Aires, Argentina, ISSN 1851-3069. Pp. 57-71.