Como bien sabemos, el comportamiento suicida es un grave problema de salud que afecta a personas de todas las edades y orígenes. Sin embargo, ¿puede la conducta suicida ser considerada como una adicción?
Sabemos que la conducta suicida es conocida por ser una respuesta a un dolor emocional intenso, aunado a un sentimiento de desesperanza. Las personas que sufren de adicción a sustancias, como alcohol o drogas, también pueden experimentar esta misma sensación de dolor emocional intenso. En 1990, Goodman adaptó y fusionó los criterios del DSM-IV de dependencia a sustancias y ludopatía, expandiendo el enfoque de los comportamientos adictivos, al definir e incluir la “adicción comportamental, como un proceso donde un comportamiento puede producir tanto gratificación como escape de la incomodidad interna, y es utilizado en un patrón caracterizado por la falta de control y continua reproducción, a pesar de sus consecuencias negativas”. Desde esta perspectiva, el campo de las adicciones se amplió hasta englobar comportamientos adictivos, tales como el uso excesivo del internet, las compras, el ejercicio, el trabajo, el enamoramiento o el sexo.
Las adicciones comportamentales están muy presentes en nuestra sociedad, y comparten características en común con la adicción a sustancias, por ejemplo, la tolerancia, la retirada y la recaída. Para explicarlas, podemos partir del modelo de las 3 C (Shaffer, 2013), que se basa en el sujeto y objeto (Bradley, 1990; Shaffer, 2013):
Gracias a las técnicas de neuroimagen y a los avances médicos de los últimos años, hoy sabemos que tanto las adicciones a sustancias, como las comportamentales, comparten las mismas bases genéticas y neurobiológicas. Un estudio de 2018 publicado en la revista Journal of Affective Disorders, encontró que la conducta suicida y la adicción poseen mecanismos biológicos similares en el cerebro, como la desregulación de los sistemas de recompensa y el aumento de la sensibilidad al estrés. Dicho de otra manera, las personas con adicción a sustancias experimentan un alivio temporal después de consumir la droga o el alcohol, que eventualmente lleva a una dependencia emocional y física de la sustancia. De manera similar, las personas que tienen conductas suicidas pueden experimentar una sensación de alivio y paz, después de llevar a cabo sus pensamientos o planes.
¿Pero de dónde surge la idea de relacionar la conducta suicida con una adicción al suicidio? El médico psiquiatra Hilario Blasco, uno de los máximos exponentes contemporáneos en torno a este tema, parte de un estudio llevado a cabo por Kreitman y Casey (1998), que profundiza en el comportamiento de los grandes repetidores (personas con 5 o más intentos de suicidio), y que representan estadísticamente un 10%-15% de los sujetos que intentan suicidarse, encontrando los siguientes patrones: 1) mayor riesgo de suicidio consumado, 2) grandes consumidores de recursos y por tanto, mayor problema para los clínicos, 3) recaídas en intentos de suicidio, con el fin de resolver problemas o para sentir alivio desde un estado previo de malestar insoportable (semejante a las recaídas de los alcohólicos o drogadictos). De acuerdo a la teoría de la adicción al comportamiento suicida propuesta por Tullis (1998), estas personas tendrían: 1) Múltiples adicciones, 2) trastornos afectivos y 3) traumas infantiles imborrables.
El primer estudio realizado por el Dr. Blasco y su equipo de colaboradores, buscó dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Son los grandes repetidores simplemente un fenotipo diferente o adictos al comportamiento suicida? Con base a los estudios mencionados previamente, se formuló la hipótesis de que los grandes repetidores, comparados con los no grandes repetidores, es más probable que presenten: 1) trauma infanto-juvenil (abuso o negligencia), 2) trastornos adictivos y 3) rasgos de personalidad asociados a las adicciones (impulsividad, búsqueda de novedad, evitación de daño e ira). Para comprobar dicha hipótesis, se llevó a cabo un procedimiento transversal en una muestra de 372 personas con intento de suicidio, aplicando instrumentos tales como la escala MINI, RRRS, SIS, SIS, CTQ, TPQ y STAXI. Los resultados mostraron que los grandes repetidores se caracterizaban por: 1) 92% eran mujeres, 2) casi todos los tipos de abuso y negligencia eran más frecuentes, 3) no se encontraron diferencias en la historia familiar de enfermedades mentales, 4) trastornos de la alimentación, 5) dependencia a sustancias y 6) ira como rasgo de personalidad. Por tanto, confirmó la hipótesis de Goodman y parcialmente, la de Tullis, estableciendo el maltrato infanto juvenil como el más importante factor de riesgo para convertirse en un gran repetidor.
Un estudio posterior buscó explicar cuál era la función de la conducta suicida repetitiva, concluyendo que mientras el refuerzo automático interno negativo buscaba parar los sentimientos negativos, el refuerzo automático interno positivo buscaba sentir algo, aunque fuera dolor. En cuanto al refuerzo social externo negativo, se trataba de evitar el castigo, mientras que el refuerzo social externo positivo buscaba generar atención. Se concluyó, por tanto, que las vías funcionales del dolor psicológico y el dolor físico eran tremendamente similares, y que, para aliviar el dolor, es necesario que los profesionales de la salud tomen en cuenta tanto los componentes afectivos como los cognitivos.
Por último, una tercera investigación también presentada por el Dr. Blasco, planteó la hipótesis de si los criterios de abuso de sustancias se aplicaban de la misma manera a la conducta suicida. Para ello, su equipo de colaboradores llevó a cabo una entrevista semi-estructurada en 105 personas con intentos de suicidio, adaptándose los criterios del DSM-IV de dependencia, incluyendo criterios relacionados a la adicción al suicidio. Los resultados mostraron que: 1) el 7.6% de la muestra eran grandes repetidores, 2) todos los grandes repetidores eran mujeres, 3) todos los grandes repetidores tenían al menos un diagnóstico previo en el Eje 1, 4) los grandes repetidores tenían una mayor frecuencia de trastornos de personalidad, 5) la mayoría de los grandes repetidores satisfacían los criterios modificados para dependencia a la conducta suicida, tales como la tolerancia, abstinencia, pérdida de control, deseo persistente infructuoso de controlar las conductas suicidas, mucho tiempo empleado en actividades relacionadas con la conducta suicida, reducción importante de actividades alejadas de la conducta suicida, se continúa la conducta suicida a pesar de ser consciente de sus consecuencias, dependencia fisiológica y dependencia total.
Las conclusiones de todas estas investigaciones nos demuestran que los seres humanos somos una especie social, y que es muy importante que nuestras relaciones y vínculos con terceros, sean satisfactorios. Al momento de enfrentarnos a acontecimientos vitales estresantes (bullying, maltrato, divorcio, duelo, discusión), biológicamente, se inhibe la oxitocina, causando una alteración de los opioides endógenos y un mayor aumento de cortisol, dando por resultado mayor estrés y la anulación del circuito de la recompensa via dopaminérgica.
El percibir la conducta suicida como una posible adicción, nos permite plantearnos abordajes diferentes en torno a la misma, dando cabida a alternativas que hasta el momento, no habíamos contemplado. Los opioides, por ejemplo, han demostrado ser un importante elemento para aliviar tanto el dolor físico como mental. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que el uso repetido de opiáceos puede llevar a la dependencia (Lembke, 2012), relacionada con la exclusión social (Conner, 2007). Algunos médicos europeos han comenzado a utilizar analgésicos para tratar patologías tales como la esquizofrenia o la depresión, a causa de la teoría neuroinflamatoria. ¿Serían estas opciones adecuadas para los grandes repetidores o para las personas adictas al suicidio? A pesar de que ciertos especialistas sugieren que quizá pudieran ser medidas viables para los grandes repetidores, no sería recomendable utilizarlas en pacientes con ninguno o un intento de suicidio. Por otro lado, se ha comprobado que una única dosis de ketamina puede llevar a una rápida disolución de la ideación suicida en pacientes resistentes con trastorno depresivo mayor (DiazGranados et al., 2010), y que su efecto puede durar hasta dos semanas (Autry et al., 2012).
En cuanto a la oxitocina, sabemos que la manera más natural de producirla, son los lazos sociales que permitan a las personas un adecuado desarrollo emocional y bienestar (Meyer-Lindeberg & Tost. 2012). El maltrato aumenta el riesgo de patologías mentales desarrolladas a la conducta suicida, mientras que bajos niveles de oxitocina se reflejan en un elevado número de intentos de suicidio (Jokinen et al., 2012). En caso necesario, bien puede hacerse uso de la oxitocina intranasal.
Para los grandes repetidores, se comprueba que el litio sigue siendo el medicamento por excelencia. Sin embargo, surgen también opciones alternativas como la naltrexona, buprenorfina (Norelli et al., 2013), así como el acetaminofeno, el cual, al ser consumido durante dos semanas, reduce los sentimientos de dolor psicológico (Dewall et al., 2010).
Aunque la conducta suicida y la adicción pueden parecer distintas en la superficie, está claro que existen fuertes similitudes en cómo afectan el cerebro y la forma en que las personas experimentamos el dolor emocional. Tratar la conducta suicida como una adicción puede ayudar a abordar la raíz del problema y mejorar la calidad de vida de las personas que pueden estar sufriendo en silencio. Esperemos que esta perspectiva alternativa abra puertas a más y mejores tratamientos, para aquellas personas que pudieran corresponder a este perfil.