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El suicidio como concepto de estudio

El suicidio (del latín, etimología sui:sí mismo y caedere:matar) es un hecho humano transcultural y universal, que ha estado presente en todas las épocas desde el origen de la humanidad hasta nuestros días. Su impacto se refleja de manera profunda tanto en los individuos como en su entorno, pues el acto suicida no sólo conduce a un cuestionamiento sobre el principio y sentido de nuestra propia existencia, sino que repercute directa e indirectamente, a múltiples niveles, en el funcionamiento de los individuos y de la comunidad. Los factores y las consecuencias del suicidio, van más allá de la persona que se quita la vida: provocan un efecto duradero sobre la familia, los amigos y las sociedades en general.

Si bien es verdad que a lo largo de la historia, la aceptación o rechazo del suicidio ha estado sujeto a los principios filosóficos, culturales, religiosos e intelectuales de cada sociedad[1], la tendencia tradicional en cuanto a su estudio, ha sido considerar el suicidio como un fenómeno casi estrictamente individual, a pesar de las innumerables evidencias que prueban que la mayor parte de los actos suicidas, son precipitados por causas o factores sociales.

Bajo un enfoque idiosincrático, una gran cantidad de culturas no sólo han aceptado el suicidio, sino que muchas veces, se ha considerado una manera honrosa de morir. En determinadas circunstancias y con muy diversas justificaciones, en algunos casos, el suicidio pareciera resultar beneficioso tanto para el propio individuo como para la sociedad. Durante la antigüedad clásica, por ejemplo, el suicidio de personas con enfermedades incurables era visto como una necesidad, pues prevalecía la idea de que quién no era capaz de cuidar de sí mismo, tampoco cuidaría de los demás, por lo tanto, se consideraba que el enfermo terminal que se suicidaba, tenía motivos más que suficientes. En Grecia y Roma, los suicidios solían suceder tanto por conducta heroica y patriótica, como por vínculos societarios y solidarios, e incluso, existen referencias de suicidios asistidos permitidos por el senado. El filósofo romano Séneca, lo ensalzaba como el acto último de una persona libre, señalando que la vida debe ser considerada en cuanto a calidad y no a cantidad, pues morir más tarde o más temprano, no tiene trascendencia. Para los mayas, el suicidio era un acto de suma nobleza y honorabilidad, pues este pueblo veneraba a Ixtab, la diosa del suicidio y esposa del dios de la muerte, quien, por cierto, también era la divinidad de la horca. Los galos lo consideraban una opción razonable, si era propiciado por la vejez, la muerte de los esposos, la muerte del jefe o alguna enfermedad grave o dolosa. Los visigodos, al igual que los japoneses, lo llevaban a cabo cuando les evitaba una muerte vergonzosa. Y para los celtas, hispanos, vikingos y nórdicos, el suicidio era positivo, si se daba a causa de la vejez o de la enfermedad: así se evitaba el sufrimiento de la persona y el pueblo no tenía que asumir el cuidado de alguien que no aportaría más a la comunidad[2].

Por su parte, la perspectiva religiosa y particularmente, la judeocristiana, plantea dos diferentes vertientes en torno al suicidio. En la primera, el acto solía ser aceptado, si era derivado de algún tipo de pérdida o rechazo social o divino. La Biblia hace mención al auto-aniquilamiento del Rey Saúl y de su escudero, quien al ver cómo el rey se quitó la vida, se atravesó con su espada para morir con él. El consejero Ahitofel se ahorcó al conocer que se su consejo había sido rechazado. Y quizá, el suicidio más significativo de entre este conjunto, sea el de Judas, quien, debido a la culpa ocasionada por la traición en contra de Jesús, se ahorcó. Esta visión también reconoce algunos suicidios terroristas, como el de Sansón, quien se quitó la vida, derrumbando el templo con sus enemigos y él dentro. O el de Zimri, quien llegó a ser rey mediante una conspiración, pero al ver que el pueblo no lo apoyaba, entró en el palacio y se prendió fuego con él[3].

La segunda vertiente religiosa apareció en el año 533, cuando el II Concilio de Orléans, siguiendo las enseñanzas de San Agustín, decretó el suicidio como pecado, condenándolo categóricamente. Las autoridades religiosas se negaron, entonces, a aplicar los rituales ordinarios de la Iglesia tras la muerte. En las legislaciones medievales, se ordenó la confiscación de las propiedades del suicida y la exposición del cadáver a todo tipo de humillaciones. En Italia y Francia, los cadáveres de los suicidas eran arrastrados desnudos por la ciudad y luego colgados en las plazas, para público escarnio[4]. Siglos después, el Concilio Vaticano II calificó el suicidio como un acto vergonzoso, que atenta contra lo cívico del ser humano y constituye el más grave insulto al Creador. Y como dato curioso, a pesar de su inminente rechazo, la Iglesia católica cuenta entre sus canonizaciones con una suicida: Santa Pelaya, quien para evitar que unos asaltantes abusaran de ella, se lanzó al abismo. En la actualidad, el suicidio es condenado en las religiones cristiana, judía e islámica.

A partir del siglo XIX, la muerte perdió su sentido de socialización, inserto en la ritualidad de las generaciones pasadas. Las nuevas sociedades rechazaron el paradigma liberal, pasando la muerte al dominio privado. El cadáver era velado en casa y sepultado en familia, y bajo esta dinámica, la muerte se fue acercando a un concepto que figuraba, de alguna manera, dependiente de la voluntad del individuo. Para el psiquiatra alemán Karl Jasper y el resto de los existencialistas, el suicidio se convirtió en la expresión máxima de la dignidad humana y en el culmen de la libertad. Y fue así como, bajo una mirada filosófica, la sociedad europea se desvinculó de la muerte, y del suicidio en particular.

Sin embargo, la llegada del sociólogo francés Émile Durkheim, dio inicio al siglo XX con un disruptivo acercamiento al suicidio como concepto de estudio, introduciendo el acto suicida dentro del catálogo de los problemas fundamentales de la cultura occidental. Por primera vez en la historia, el suicidio fue planteado como un problema social. Durkheim consideraba que el suicidio y sus consecuencias en la comunidad, rebasaban el mero plano de lo moral y se mostraban como una mezcla de condiciones psicopatológicas y sociales efectivas. En otras palabras, que el suicidio tenía un trasfondo que se anclaba en la dinámica comunitaria, y sus efectos, en la psique individual[5]. En su obra Le Suicide, el sociólogo sostiene que, a pesar de ser un acto tan personal, el suicidio tiene explicaciones sociológicas, pues no es sino el resultado de la interacción fundamental del individuo con la sociedad, lo que desenvuelve en esta acción[6]. Pero a pesar de las múltiples aportaciones de esta innovadora propuesta, de que el hecho suicida era ya un tema científico, y de que su estudio se nutría de sus propios presupuestos y conceptos vanguardistas –alejados de los populares o de los religiosos-, las metodologías de investigación seguían siendo dispares, inconsistentes y ofrecían respuestas, que muchas veces, se contraponían, llevando a la comunidad de estudiosos a segregarse hacia posturas opuestas o divisorias.

En los años cincuenta, una gran parte de los científicos del mundo, pensaba que sólo los enfermos mentales se quitaban la vida. Es decir, que el suicidio era un fenómeno exclusivo a las personas que demostraban claros signos de psicopatologías y trastornos mentales. Esta creencia dio lugar al discurso biomédico, actualmente imperante en salud mental, que sostiene que el suicidio es derivado de mecanismos neuronales, genéticos o bioquímicos[7]. Pero este acercamiento, pronto se vio cuestionado por la teoría sostenida por las múltiples investigaciones y publicaciones del doctor estadounidense Edwin S. Shneidman, quien durante los años sesenta, señaló que en aras de entender el suicidio a cabalidad y además, poderlo prevenir, el estudio del acto suicida debía incorporar muchos factores que hasta ese momento, habían pasado inadvertidos para la comunidad científica. Dos fueron las grandes aportaciones de Shneidman a este respecto. En primer lugar, un descreimiento al presupuesto de que únicamente los pacientes psiquiátricos eran susceptibles de atentar contra su propia vida: la tesis a defender era no todo suicida es psicótico, así como no todo psicótico es suicida. Y por otro lado, la propuesta de que todo estudio acerca de la auto–aniquilación consciente debía diferenciar, en primera instancia, a los suicidios consumados de aquellos que se hubieran quedado solamente en tentativas suicidas, o lo que es lo mismo, comprender que el estudio del suicidio no debía centrarse solamente en la muerte del sujeto, sino también en el momento de su planeación y en los rastros materiales y textuales que éste dejaba. Fue de esta manera, que nació la ciencia de la suicidología, convirtiéndose Schneidman, en el Padre de la Suicidología Contemporánea[8].

Consecuencia de las teorías propuestas durante el último siglo, recientemente surgen dos movimientos dentro de la neuropsiquiatría moderna, que debaten entre el enfoque biomédico y el contextual fenomenológico. El primero, sostiene que el contexto biológico debe anteponerse ante cualquier otro, y la atención de los padecimientos o trastornos mentales, llevarse a cabo prioritariamente mediante el uso de fármacos. El segundo, apuesta por una defensa del enfoque fenomenológico del suicidio, sosteniendo que no en vano, la fenomenología está en el centro del giro cualitativo que se reclama en la psiquiatría y en la psicología actuales. Este último enfoque no resta, en ningún momento, importancia a las aportaciones del modelo biomédico. Sencillamente se niega a ponerlo por delante del resto de los contextos[9].

Hoy, gracias a las aportaciones y descubrimientos de la comunidad científica, sabemos que el suicidio se manifiesta como un fenómeno profundamente significativo para todas las sociedades del mundo histórico, siendo un síntoma evidente de la más profunda pugna entre las pasiones del hombre, su biología y la fuerza cultural de su entorno[10]. De igual manera, conocemos el alcance de su trascendencia y seguimos constatando que, como siempre, el suicidio no discrimina a nadie: afecta a personas de todas las edades y grupos étnicos, y ocurre en todas las civilizaciones. Sin embargo, todavía desconocemos muchos de los factores asociados y no somos capaces de predecir con precisión, quiénes actúan sobre los pensamientos suicidas y quiénes no. Por ello, el estudio contemporáneo del suicidio y las maneras de prevenirlo, son una necesidad imperante que concierne tanto a los individuos como a las sociedades.

Durante los últimos años, hemos sido testigos del alarmante crecimiento de la tasa de suicidios a nivel mundial. Con casi un millón de fallecimientos anuales, el suicidio representa actualmente, una emergencia para la humanidad entera, siendo declarado por la Organización Mundial de la Salud, como un grave problema de Salud Pública, en el 2003. Desde entonces, se invita a todas las naciones a unir voluntades y esfuerzos, con el fin de contribuir a su erradicación. Para lograrlo, se sugiere la creación de equipos multidisciplinarios de trabajo, conformados por profesionales de la salud de distintas especialidades, que busquen explorar nuevos horizontes y abrir líneas de estudio alternativas e inclusivas, que propicien el desarrollo de propuestas multidisciplinarias y estrategias y planes de acción eficientes, y que prioricen el estudio y la prevención del suicidio, desde una perspectiva integral.

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Bibliografía / Referencias:

[1]Bobes García, González Seijo y Saiz Martínez, 1997.

[2]Mansilla Izquierdo, Fernando. “La conducta suicida y su prevención: historia del concepto”. Psicología Online. Actualizado: 21 marzo 2018.

[3]Ibid.

[4]Teraiza y Meza, 2009.

[5]Chávez-Hernández Ana-María, Leenaars A. Antoon. “Edwin S Shneidman y la suicidología moderna”. Versión impresa ISSN 0185-3325Salud Ment vol.33 no.4 México jul./ago. 2010 , consultado el 21 de agosto 2019 en: Salud mental

[6]De Castro Pilar, García Milagros, Galcerán Magdalena, Trelles Federico. “La sociedad y el suicidio. ¿Si no viviéramos en  sociedad, existiría el suicidio?”Estudios Económicos y Sociales. Cinthya Vignola. Uruguay, 2018.

[7]García-Haro, Juan. García-Pasucal, Henar. González González, Marta. “Un enfoque contextual-fenomenológico sobre el suicidio”. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. 2018; 38(134): 381-400 doi: 10.4321/S0211-57352018000200003. Consultado el 21 de agosto del 2019 en: http://scielo.isciii.es/pdf/neuropsiq/v38n134/2340-2733-raen-38-134-  0381.pdf

[8]Ibid. Ref. 5

[9] Ibid. Ref. 7

[10]Ibid. Ref. 5