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Micaela y el suicidio en adultos mayores

Micaela es una anciana que conocí en un viaje a Guadalajara, cuando yo tenía 21 años. Era la abuela adoptiva de Jaime, un amigo mío, que celebraba su cumpleaños en una muy bonita mansión en el campo, rodeada de mucha vegetación y árboles frutales. Entre tanto bullicio, yo me había refugiado en la cocina, en donde Micaela se encontraba lavando los trastes en silencio. Le pregunté si le molestaba que le hiciera compañía. Me dijo que no y me sirvió un jarro de café de olla. Luego, continuó lavando trastes, mientras me contaba que le daba mucho gusto ver a Jaime contento, porque al igual que ella, era un muchacho muy solitario. Al parecer, sus padres se lo habían dejado encargado, porque ellos se habían ido ilegalmente a Estados Unidos, para juntar un dinerito y poder darle una mejor vida. “¿Pero qué mejor vida va a tener uno estando solo?”, me dijo, “Mi marido murió hace 6 años, y mis hijos, hace ya también mucho tiempo que se fueron pal’ norte. Siguen mandando y mandando dinero para que yo viva en esta gigantesca casa, en medio de la nada, sola y abandonada”. Le dije que por lo menos Jaime y ella se tenían el uno al otro. Se quedó pensativa, y luego me dijo: “Yo nomás estoy esperando que el muchacho se vaya a la ciudad, para acabar con mi vida. No tengo nada más qué hacer aquí”.

Creo que fue la primera vez que alguien me decía tan abiertamente, que pensaba suicidarse. Y fue un gran impacto para mí. Porque dentro de mi ignorancia y estigma, pensaba que el suicidio sólo lo contemplaban las personas jóvenes, o los drogadictos, o los enfermos, o los locos. Pero Micaela era una señora muy amable, que no encajaba en ninguno de estos perfiles. Además, era seguro que tenía más de 70 años y la vida resuelta. ¿Por qué, entonces, esta persona consideraría el suicidio como una opción?

Sin duda alguna, el suicidio es un problema de salud pública mundial que muchas veces, se pasa por alto en la población anciana. Y a pesar de que sigue siendo un grupo vulnerable poco estudiado, el suicidio es una de las principales causas de muerte entre los adultos mayores de todo el mundo.

En Europa, la tasa de suicidio entre las personas mayores (de 65 a 74 años), es considerablemente más alta en comparación con otros grupos de edad. Según datos de 2018 proporcionados por Eurostat, las tasas más altas de suicidio en adultos mayores fueron en Lituania (35.9 por cada 100,000 habitantes) y Letonia (30.2 por cada 100,000 habitantes). En comparación, la tasa de suicidios entre las personas de 15 a 24 años fue del 13.3 en Lituania y del 9.3 en Letonia, durante ese mismo periodo de tiempo. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud asegura que las tasas de suicidio entre los adultos mayores son más altas en Europa Central y Oriental, con una tasa global de 28.6 suicidios por cada 100,000 habitantes mayores de 65 años, en 2017. En Europa Occidental tienden a ser más bajas, pero siguen siendo altas, en comparación con el resto del mundo: 19.7 por cada 100,000 habitantes.

La situación es similar en Asia: la Organización Mundial de la Salud informa de que, en Japón, la tasa de suicidios entre las personas mayores de 65 años es más del doble que la de los grupos de edad más jóvenes. China tuvo la mayor tasa de suicidios de ancianos, con una tasa de 24.7 suicidios por cada 100,000 habitantes en 2017. Le siguieron India (20.4), Pakistán (18.5) y Corea del Sur (17.7). En este último país, la tasa de suicidios en este grupo de edad es superior, incluso, a la registrada en el conjunto de la población.

Estados Unidos tampoco es inmune al aumento de las tasas de suicidio. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) informaron que las tasas de suicidio entre los adultos mayores de 65 años han aumentado 48% de 1999 a 2017. Además, el número de suicidios entre aquellos mayores de 80 años casi se triplicaron durante el mismo periodo. Según datos del Centro Nacional de Estadísticas de Salud (NCHS), en 2017, las personas de 65 años o más, tenían una tasa de suicidio de 18.3 por cada 100,000 personas, en comparación con la tasa general de la población de 14 por cada 100,000 habitantes, concluyendo que los ancianos estadounidenses, tienen la tasa de suicidio más alta de todos los grupos de edad en Estados Unidos.

La misma tendencia se observa en México, donde la tasa de suicidios entre personas de 65 años o más, fue de 11.3 por cada 100,000 habitantes en 2017, siendo la principal causa de muerte en este grupo de edad. Un informe publicado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en el 2020, reveló que 7,895 personas mayores se suicidaron entre 2010 y 2018, lo que representa el 17% de la tasa total de suicidios del país en ese periodo.  

De acuerdo al médico psiquiatra Luis F. Agüera Ortiz, el suicidio en ancianos no es racional y tampoco tiene nada qué ver con la edad. Al igual que en el resto de la población, presentar un trastorno mental es el principal factor biológico de riesgo de suicidio, pues entre un 90% y un 98% de los sujetos suicidas, presentan un trastorno mental. De entre ellos, los más comunes son la depresión, el alcoholismo y la esquizofrenia, siendo los trastornos del estado de ánimo los principales responsables de la mayor parte de los suicidios, sobretodo en pacientes depresivos primarios o en pacientes con síntomas depresivos en comorbilidad.

¿Pero se puede prevenir el suicidio de un anciano? Por supuesto que sí. Sabemos que las conductas autolesivas y los intentos de suicidio son el mejor predictor de futuros intentos de suicidio, y las personas de la tercera edad no son la excepción. De acuerdo a datos proporcionados por el Dr. Agüero, la mayoría de las personas mayores de 65 años que intentan suicidarse, repetirán el intento, con una probabilidad de alrededor del 16% el primer año, 23% el segundo y 40% después de 3 a 8 años de seguimiento. Por tanto, el primer factor importante a tomar en cuenta, es el haber hecho una tentativa de suicidio anterior, seguido de la presencia de depresión y por último, el escaso soporte social.

Existe también un efecto de edad muy importante: las personas de edad más avanzada, por encima de los 75 u 80 años, poseen un riesgo de suicidio y una tasa de suicidio, mayor que a cualquier otra edad, siendo la mortalidad por suicidio casi 3 veces superior en hombres que en mujeres. Según Waern y colaboradores (2013), además de la depresión, algunos factores de riesgo que observamos en la población anciana a nivel global son: la enfermedad física grave, la soledad, el aislamiento y los conflictos familiares. Un estudio realizado por la Universidad de Oxford en 2020, reveló que los adultos mayores con enfermedades crónicas o terminales eran especialmente vulnerables a la ideación suicida, sobretodo si dichas enfermedades se relacionan a la inmovilidad o al dolor. Además, una investigación de la Mental Health Foundation (EE.UU.) demostró que quienes experimentan sentimientos prolongados de desesperanza, son más propensos a pensamientos y comportamientos relacionados con el suicidio. El aislamiento social es un factor de riesgo a menudo asociado con las poblaciones de edad avanzada, ya que muchas personas se aíslan debido a limitaciones físicas o a la muerte de seres queridos.

Complemento de los factores de riesgo globales en los adultos mayores, es esencial tomar en cuenta otros factores que pueden variar de un país a otro. En Estados Unidos, por ejemplo, las investigaciones sugieren que además de los trastornos mentales, las dificultades económicas, el abuso de sustancias y la demencia, constituyen posibles factores de riesgo. En Europa, se ha asociado un mayor índice de suicidios con la falta de apoyo social, los problemas de salud física, el divorcio o la viudedad. En los países asiáticos, los ancianos pueden ser más vulnerables a la ideación suicida debido a factores culturales como la piedad filial y el estigma que rodea a las enfermedades mentales. Por ejemplo, una persona mayor que siente la carga de la responsabilidad familiar puede ser más propensa a contemplar el suicidio. Mientras que en México, un estudio realizado en el 2011 demostró que factores psicológicos y demográficos como la falta de apoyo social, los conflictos familiares, las enfermedades crónicas y los acontecimientos vitales estresantes, están asociados a la ideación suicida entre la población de edad avanzada.

Las alarmantes cifras nos señalan que la prevención del suicidio en la población anciana debe abordarse como un asunto urgente. Varios investigadores han identificado factores de protección significativos que pueden jugar un papel trascendental entre la vida y la muerte de las personas mayores. En concreto, tener fuertes vínculos con la familia y amigos, pues el apoyo social proporciona una sensación de conexión y pertenencia, que amortigua los sentimientos de desesperanza y depresión. También es esencial tener acceso a servicios como la atención de salud mental, el asesoramiento en el duelo y los apoyos sociales. Además, el aumento de la actividad física y el ejercicio regular se asocian a niveles más bajos de depresión. Participar en actividades que promuevan el autocuidado, como el yoga, la meditación o escribir un diario, pueden contribuir a reducir el estrés y la ansiedad, que comúnmente van ligadas a la ideación suicida.

La asistencia sanitaria es especialmente importante, porque permite a las personas recibir una atención oportuna y eficaz en momentos de angustia emocional o enfermedad mental. Por desgracia, el acceso a una atención sanitaria adecuada es limitado en muchos países debido a la falta de recursos o al estigma cultural que rodea el suicidio en la tercera edad. Sin embargo, el tratamiento con antidepresivos de los adultos mayores, disminuye significativamente el riesgo de suicidio, aunque la respuesta al tratamiento antidepresivo tarda más en hacer efecto conforme el riesgo suicida es mayor en el paciente (Abrams, 2009). Y lamentablemente, también es común que estos pacientes no acudan a consulta o no tomen el antidepresivo.

En la actualidad, no existe una estrategia única de prevención del suicidio en la población anciana. Sin embargo, es esencial que los profesionales sanitarios, los familiares, los cuidadores y otros profesionales que trabajen con las personas mayores, estén alerta y reconozcan los signos de depresión e ideación suicida, para que puedan proporcionar las derivaciones e intervenciones adecuadas, tomando en cuenta el contexto particular de sus vidas, así como una comprensión de las condiciones únicas de sus comunidades y redes sociales. Los médicos de atención primaria desempeñan un papel clave, ya que a menudo tienen contacto directo con las personas en riesgo. Los familiares son un recurso importante para vigilar y apoyar a los ancianos suicidas.

Las intervenciones para los adultos mayores también deben considerar los factores culturales que pueden influir en el riesgo de suicidio en determinadas poblaciones. Los sistemas de creencias y el estigma asociado con hablar sobre problemas de salud mental, pueden afectar la disposición de una persona a buscar ayuda o hablar sobre pensamientos suicidas. La tecnología puede ayudar a salvar la distancia entre las personas aisladas y las redes de apoyo, como los foros en línea y la teleasistencia.

El suicidio entre los ancianos es un problema complejo con causas profundamente arraigadas que no pueden abordarse con un único enfoque. Al igual que en cualquier población vulnerable, es necesario un enfoque múltiple de prevención. Y aunque las tasas de suicidio son particularmente elevadas entre las personas mayores, hay esperanza. El factor más importante en la prevención del suicidio, es crear un sentimiento de pertenencia.

Mientras las relaciones con la familia y amigos son la fuente esencial de apoyo, los profesionales de la salud pueden ayudar fomentando conversaciones significativas que recuerden a las personas, como Micaela, que con los recursos y el apoyo adecuados, todos tenemos algo único y personal, porqué vivir.